Voy al mar en la tiniebla
y huelo un azul oscuro
sordo, terco, basto, duro
que sin quererlo me puebla.
Me puebla el alma y la fe
como un aceite que baja
por la garganta y me raja
lento algo que no sé.
Que no sé, pero me escuece;
y me escuece porque es mío
y me escuece como el frío
del día que no amanece.
Así voy hacia el mar, ciego,
mudo, esquivando la muerte
con un latido tan fuerte
que el silencio fue mi ruego.
A lo lejos lo oigo cerca
y de cerca está tan lejos
que andamos tan parejos
como la Luna y la alberca.
También percibo su sal,
muy a penas, casi triste;
parece un mar que sólo existe
en un vaso de cristal.
Voy al mar porque no encuentro
otra tierra ni otro cielo
donde buscar el consuelo
que me reviva por dentro.
Voy al mar como un peregrino,
búscame dentro de la ola
y si al llegar estás sola
espérame en el camino.
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