jueves, 23 de septiembre de 2010

Y de repente.

Éramos dos mitades infelices,
pero dos mitades depués de todo,
por eso le pusimos el apodo
de amor a todas nuestras cicatrices.

La necesidad, a veces, se impone
como una tormenta de verano
y hay que suplir el calor cotidiano
con la primera boca que eclosione.

Digamos que siempre nos llovía
y poco a poco, el agua parecía
ese fuego que arde en el costado.

Pero el primer día de primavera
nos besamos a la luz verdadera
y de repente, todo había cambiado.

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