Éramos dos mitades infelices,
pero dos mitades depués de todo,
por eso le pusimos el apodo
de amor a todas nuestras cicatrices.
La necesidad, a veces, se impone
como una tormenta de verano
y hay que suplir el calor cotidiano
con la primera boca que eclosione.
Digamos que siempre nos llovía
y poco a poco, el agua parecía
ese fuego que arde en el costado.
Pero el primer día de primavera
nos besamos a la luz verdadera
y de repente, todo había cambiado.
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